Homilía para el Segundo Domingo de Pascua
¿A qué le temes? En el momento adecuado, ésta puede ser una muy buena pregunta.
La pregunta invita a una persona a revisar las circunstancias presentes de su vida. La pregunta también invita a una persona a considerar una decisión futura. La decisión puede estar llena de incertidumbres, pero también una que promete una gran recompensa.
Recuerdo haber hablado con mi padre por teléfono cuando estaba debatiendo si debía pedirle a mi esposa que se casara conmigo. Después de vacilar entre los pros y los contras, finalmente me preguntó: “¿A qué le temes?”
La misma pregunta podría ser planteada a un talentoso graduado de la escuela secundaria que está indeciso de ir a la universidad. O una persona que se le ha ofrecido el trabajo de sus sueños, pero está en duda de aceptar la posición. O parejas que comienzan una nueva familia o una persona que está pensando en jubilarse. “¿A qué le temes?”
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Pasando a la escena del evangelio, la resurrección de Jesús lo había cambiado todo. Sin embargo, los discípulos estaban acurrucados en una habitación detrás de las puertas cerradas con llave. Cuando Jesús entra en la habitación, él pudiera haberles hecho fácilmente la misma pregunta, “¿A qué le temen?”
Ellos hubieran respondido, “A los judíos”. Acababan de presenciar la brutal ejecución de Jesús. Los líderes religiosos y los funcionarios romanos trataron de eliminar a todos los demás alborotadores. Los discípulos pensaron que podrían ser los próximos a ser crucificados.
Jesús podría haber continuado: “¿A qué realmente le temen?”
A través de la resurrección, Dios ha reclamado la victoria sobre los poderes de este mundo. Dios ha conquistado incluso la muerte. Si ellos creían esto, ¿por qué todavía estaban detrás de las puertas cerradas, temblando de miedo?
Los discípulos no solo estaban físicamente encerrados en esa habitación. Estaban encerrados en esa habitación emocional y espiritualmente también.
Podrían haber tenido otros temores más profundos. Tenían miedo de las implicaciones de ser un discípulo de Jesus. Tomar la cruz y seguir a Jesús es mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Podrían haber temido a las implicaciones de la tumba vacía. Si Jesús hubiese resucitado, ninguna de las viejas reglas se aplicaría. El mundo ha cambiado de maneras que son imposible de imaginar. ¿Estaban preparados para vaciar su propia tumba, llenos de deseos egoístas, para ser la sal y la luz de este inconcebible mundo nuevo?
Incluso podrían haber tenido miedo de Jesús. Si Jesús estuviera vivo, ¿cómo respondería a las repetidas negaciones, traiciones públicas y persistentes dudas de los discipulos?
En su congelado estado de miedo, estaban abrumados con las inmensas nuevas posibilidades. Se preguntaban: ¿Qué significa esto? ¿Qué significa esto para mi? ¿Qué voy a hacer al respecto?
Jesús aparece a los discípulos que están congelados por el miedo e inmersos en estos pensamientos conflictivos. A su ansiedad y temor, él les dice: “La paz esté con ustedes.”
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En nuestra propia vida, tenemos una habitación en la que nos escondemos, temerosos de lo que está sucediendo en el mundo que nos rodea. En nuestro mundo exterior, también hay gente que ataca nuestras más íntimas convicciones. Hay caos, obscuridad, preocupación, ansiedad, tristeza, y desorientación.
Así que nos escondemos. Tenemos miedo de que nos lastimen, o traicionen, o nos avergüencen. Tenemos miedo de que otros se aprovechan de nosotros, nos manipulen o nos ignoren. Tenemos miedo de que otros nos juzguen de no ser dignos, o amables, o interesantes. Tenemos miedo de que no tengamos suficiente tiempo, talento, o educación.
Escondemos estos miedos en una habitación cerrada con llave. Jesús pasa a través de las puertas cerradas de nuestros temores más profundos y también nos pregunta: “¿A qué le temes? Vine para dar vida, y vida en abundancia “.
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A los discípulos encerrados en la habitación, y a nosotros, Jesús nos da un mandamiento. “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. En otras palabras, no estamos destinados a encogerse de miedo. Estamos destinados a salir de nosotros mismos y llevar el mensaje de esta resurrección al mundo. ¡El Vive!
Este mensaje necesita ser escuchado especialmente en un mundo todavía obscurecido por el pecado y la tristeza. Muchos responderían a la pregunta: “¿De qué le temes?” con algunas preocupaciones legítimas: Perder mi trabajo, no tener suficiente dinero, ser obligado a dejar mi casa. Aquellos que están afligidos, quebrantados de corazón, solitarios, rechazados y agonizantes necesitan que se les muestre lo que significa la resurrección. Él vive en mí, y vive en ti. No es una coincidencia de que Jesús haya mostrado sus heridas a sus discípulos antes de haberles dicho: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Se nos pide específicamente que busquemos a Jesús en las heridas de nuestro mundo.
¿Quién en tu vida necesita oír este mensaje?
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Jesús mira las circunstancias de tu vida. Hay algo en tu pasado que te provoca miedo a seguir adelante. Hay algo que niegas hacer para experimentar la nueva vida de la resurrección. Hay algo que te impide anunciar la buena nueva al mundo: “¡Él vive!”
Jesús te pregunta: “¿A qué le temes?”
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Quisiera concluir con un poema de un libro titulado “A Return to Love” de Marianne Williamson. Se llama “Nuestro Mayor Temor”.
Nuestro mayor temor no es que seamos inadecuados.
Nuestro mayor temor es que somos poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta.
Nos preguntamos:
“¿Quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso, fabuloso?
Eres hijo de Dios.
No hay nada inteligente en hacerte valer menos
para que otra gente no se sienta insegura al lado tuyo.
Nacimos para manifestar la gloria de Dios
que está en nuestro interior.
Y cuando dejamos brillar nuestra propia luz,
inconscientemente damos a otra gente permiso para hacer lo mismo.