Homilia del segundo domingo del cuaresma
Éste es mi Hijo amado; escúchenlo. Mc 9:2-10
En la cima de una montaña, los discípulos tuvieron una experiencia increíble. Jesús se volvió deslumbrantemente blanco. Moisés y Elías aparecieron junto a Jesús. Pedro, Santiago y Juan estaban ‘asustados’. Entonces apareció una nube. Una voz habló desde la nube con un simple comando: Escuchen, escuchen a mi hijo amado.
Durante la Cuaresma, presentamos varios cambios en nuestra vida, en relación a la misma. Renunciamos a ciertas cosas. Nos abstenemos de comer carne los viernes. Algunas personas agregan a su día algunas lecturas cuaresmales o algunos actos de caridad.
Con esta historia de la transfiguración del Señor y el mandato de la voz en la nube, debemos agregar una observancia más a esta lista: la escucha cuaresmal.
Hablemos por unos minutos del cómo podemos llegar a ser mejores oyentes, tanto en la forma en que nos relacionamos con otras personas como en la forma en que nos relacionamos con Dios.
Primero, ¿te considerarías un buen oyente? Deja que haga la pregunta de otra manera. Para quienes están casados, ¿es tu cónyuge un buen oyente? Para aquellos que no están casados, ¿es tu hermana o hermano, madre o padre, un buen oyente? Supongo que las respuestas son variadas.
Si somos oyentes mediocres con la gente que tenemos frente a nosotros, ¿Qué tipo de oyente vamos a ser con el Hijo amado, que a veces está oculto en el misterio?
Muchas veces escucho a personas decir que rezan, pero no están conscientes cuando Dios les está hablando. Una razón puede ser que veces Dios nos hace esperar. Otra razón pudiera ser que a veces Dios nos habla de manera sutil y en forma distinta, de manera que no lo escuchamos fácilmente. Al mejorar nuestras habilidades para escuchar a otros, estaremos mejorando también nuestra comprensión para escuchar lo que Dios nos quiere decir.
La voz de la nube habla un comando simple, “Escuchen.”. “Escuchen a mi Hijo amado.” Para escuchar mejor a esta voz en esta Cuaresma. Exploremos algunas habilidades básicas para aprender a escuchar. Esto se aplica a ambos casos, el escuchar a otros y el escuchar a Dios.
Estando Presente. La primera sería el aprender a escuchar estando totalmente presente para el otro. Por ejemplo, el minimizar las distracciones, eliminar el desorden innecesario, apagar el teléfono celular y la televisión. Después, involucrar a la otra persona en un diálogo íntimo. Pon atención, haz un buen contacto visual. Escucha atentamente no solo con tus oídos, sino también con tus ojos y tu corazón.
No es diferente al escuchar a Dios. Busca una hora y un lugar donde tengas pocas distracciones, sin televisión, sin teléfono celular y sin ruido. Pon atención. Escucha atentamente no solo con tus oídos, sino también con tus ojos y especialmente tu corazón.
Algunas personas dicen que rezan en su automóvil mientras conducen. Esta es una buena manera de hacer que el Señor sea parte de tu día entero. Sin embargo, manejar cincuenta y cinco millas por hora puede no ser el mejor momento para estar al cien por ciento atento a escuchar la voz del Señor.
Una Mente Abierta. Otra habilidad para escuchar bien es mantener la mente abierta. Algunas veces acertamos a concluir lo que la persona está tratando de decir, porque eso es lo que la persona siempre ha dicho, o porque eso es lo que piensas que la persona debería decir. Es mejor estar abierto a donde la otra persona te está guiando.
Al escuchar a Dios, es esencial mantener una mente abierta. Mira honestamente las circunstancias de tu vida y los anhelos profundos en tu corazón. Úsalos como guía para escuchar a Dios cuando te este hablando.
En relación a mantener una mente abierta, los buenos oyentes tampoco son demasiado rápidos para ofrecer sus propias conclusiones o expresar sus propias opiniones. Esto también es muy importante cuando escuchas a Dios. A veces, nuestra oración implica decirle a Dios exactamente lo que se debe hacer, en lugar de simplemente estar presente y escuchar.
Limita hablar de ti mismo. Otra habilidad de un buen oyente es pasar poco tiempo hablando de sí mismo, de su vida, de sus problemas, de sus logros. Un buen oyente simplemente escucha.
En lo que respecta a escuchar a Dios, pregúntate cuando rezas: ¿pasas la mayor parte del tiempo hablando de ti mismo? ¿De tu vida, de tus problemas o necesidades? ¿O pasas la mayor parte del tiempo escuchando la voz de Dios?
Hacer preguntas aclaratorias. Otra habilidad de un buen oyente es hacer aclarar dudas, buscando una comprensión más profunda de lo que el otro está tratando de decir. Al escuchar a Dios, también es importante el formular preguntas, y es bastante común descubrir nuevas preguntas. Incluso los discípulos dejaron esta magnífica experiencia de transfiguración con una pregunta: ¿qué significa levantarse de entre los muertos?
Con otra persona, las respuestas llegan rápidamente y proporcionan cierta claridad. Con Dios, las respuestas a menudo nos llegan lentamente, de diversas y fragmentadas maneras. Nuestra fe nos dice que Dios revelará las respuestas a nuestras preguntas en el momento adecuado, siempre que abramos nuestros corazones y escuchemos.
Haz de esta Cuaresma un tiempo para prestar atención a la voz en la nube y practicar tus habilidades para escuchar de dos maneras: Primero, que encuentres algunas oportunidades para tener conversaciones profundas y significativas con otra persona. En segundo lugar, que dediques un tiempo a la oración, sin decir nada, sin pensar en nada, simplemente el escuchar al comando hecho desde la nube y “obedecer”.