La Liturgia de hoy honra a la Santísima Trinidad. Un Dios, tres personas. Como decía San Juan, “Dios es amor. Dios es el amor que fluye entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios, Padre, Hijo y Espíritu, está expandiendo este amor en el mundo. Dios no quiere nada más que traerte a este amor.
Con demasiada frecuencia no sentimos que pertenecemos a este amor. Muchos gritan de noche con gemidos inefables esta pregunta: ¿Me amas?
Es la pregunta que triunfa sobre todas las demás preguntas.
Con Dios, sé en mi cabeza que la requesta es sí. Dios me ama. Pero en mi corazón, lucho por apreciar la profundidad de este amor y cómo puede cambiar mi vida.
La pregunta hace eco en lo profundo de muchos que he visto para dirección espiritual. Empezamos hablando de la vida. Luego profundizamos y exploramos temas como la impaciencia, la ira, la traición. Luego profundizamos en la confianza, el control, el orgullo. Entonces preguntaré: “¿Cuáles son las razones de la falta de confianza o de esta necesidad de controlar? A menudo surge el mismo problema: no me siento querido. No soy amado. Es imposible que Dios me ame.
La lectura del evangelio de hoy es bien conocido. “Tanto amó Dios al mundo…” (Jn 3:16) Jesús está hablando con Nicodemo. Nicodemo podría haber estado clamando a Dios la misma pregunta: ¿Me amas?
Aunque Nicodemo tenía otras preguntas, Jesús escuchó la pregunta que Nicodemo tenía en su corazón: “¿Dios realmente me ama? He hecho todos estos sacrificios para ser farisaíso, pero no veo más que ruina y dolor para mi pueblo. Si Dios me ama, entonces puedo soportar.”
Jesús responde: “Tanto amó Dios al mundo…” Dios no solo ama a Nicodemo, a los fariseos, a los judíos o a los gentiles… ¡Dios amó tanto al mundo!
Como con Nicodemo, a menudo clamamos a Dios con la misma pregunta. Si me amas, entonces mi sufrimiento tiene sentido. Si me amas, entonces mi vida tiene un propósito. Si me amas, entonces no hay lugar para la preocupación y la ansiedad. Si me amas, puedo perdonar a esta persona. Tu amor es más grande que todas las traiciones, las heridas, la confusión, la disfunción y el caos en mi vida y en este mundo.
¿Me amas? Y la repuesta de Jesus: Tanto ama Dios el mundo, y Dios te ama tanto a ti.
Hay una imagen del amor de Dios que emerge con Moisés en la montaña: una nube. Moisés está en la cima de una montaña sosteniendo los Diez Mandamientos. Esta nube viene y lo rodea.
Entonces Moisés le dice a Dios: “Si de vera he hallado gracia, dígnate venir ahora con nosotros.” (Ex 34:4-9) Es decir: Extienda esta nube de bondad a un ‘pueblo de ‘cabeza dura’. Extiende esta nube de misericordia y “perdona nuestras iniquidades”. Extiende esta nube de fidelidad y “tómanos como cosa tuya.”
Dios hace precisamente esto en el Evangelio. Dios amó tanto al mundo que envió a su hijo como una nube para que todos los que creen tengan vida.
Las lecturas exponen la forma en que Dios se relaciona contigo y conmigo y con todo el mundo. Dios le dice a Moisés que el Señor es “misericordioso y clemente, lento para la ira y rico en bondad.”
¿Cómo responderemos? ¿Cómo podemos permanecer en esta nube? Necesitamos imitar la forma en que Dios nos relaciona. Necesitamos convertirnos en ‘gente de la nube’. Nosotros también tenemos que ser amables y misericordiosos, lentos para la ira y ricos en bondad.
San Pablo también describe la vida en la nube: Él dice: “Hermanos y hermanas, “Estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes.” (2 Cor 13:11)
Dios no quiere nada más que tenerte entra en esta nube, en este dinamismo de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La forma en que hacemos esto es volvernos más como la nube, “ricos en bondad y fidelidad”.
Cuando experimentamos la misericordia y la bondad de Dios, sabremos la respuesta a la pregunta: ¿Me amas? Sí Señor, me amas. Y te amo.
En palabras de san Pablo: Que La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. (2 Cor 13:13)